8.6.10

Marta quería volver a sus brazos.

Marta estaba triste... echaba de menos a Pablo, y cada día más. Lo que más le dolía era verlo cada día a escasos metros y no ser capaz de ir a decirle que volviera. Que ella sin él ya no podía ser feliz. Que todas las noches se acostaba sin haber hablado con él, y eso le hacía llorar. Marta hoy, quería escapar lejos. Muy lejos. Donde nada le hiciera recordarlo y pudiera sonreír sin pudores. Donde pudiera tumbarse en un extenso césped y que el Sol la saludara desde ahí arriba. Y la hiciera entrar en calor, pues llevaba fría como la nieve mucho tiempo...
Pero, ¿qué sentido tenía escapar si no era con él? ¿De verdad algo que no fuera su sonrisa la podía hacer feliz?
A veces Marta no podía entender que Pablo pudiera reír tan despreocupado por cualquier cosa mientras ella lo miraba tan fijamente que parecía que atravesaba su alma. Ella se quería quedar con cada imagen suya, con cada sonrisa, para recordarla en los momentos amargos y, así, darse cuenta de que él quizá está mejor sin ella. Sin preocupaciones y siendo tremendamente feliz con la chica que amaba, de la que llevaba enamorado tanto tiempo.
Marta no quería entrometerse pero, ¿qué iba a hacer sino cuando él vino a cogerla de la mano y decirle que le encantaba estar con ella? Cuando le decía que había noches en las que no podía dormir sin escuchar su voz.
Hay días que Marta recuerda cuánto la cuidó Pablo, cuánta atención le prestaba y cuánto se preocupaba porque su corazón no sufriera ningún daño. Sin saber que días después él iba a ser el que lo destrozara poco a poco.
Las despedidas duelen mucho, ¿sabéis? Y con Marta no iban a ser menos. La peor despedida nació de las lágrimas que caían de sus ojos al ver la realidad que estaba viviendo y que, a la larga, no iba a ser buena para su corazón.
Ella aquel día sólo quería que Pablo le secara las lágrimas con besos, y que la hiciera reír hasta que le doliera la barriga y tuvieran que tumbarse a descansar, como aquel día en el que el silencio le permitió a Marta escuchar cada latido de su amor.
Pero Marta se ha dado cuenta de que los cuentos de hadas no existen. Ni los príncipes que rescatan a las princesas de temibles dragones. Ni un "vivieron felices y comieron perdices..."
Nada. Nada de eso. Porque su príncipe ahora hace como si nunca se hubieran topado por el camino. Y sin preocuparse siquiera de que la sonrisa de Marta se borró... y sólo él puede volver a dibujarla.





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