20.6.10

Sé que no lo tengo.

Querer que los recuerdos, las palabras, se los lleve el viento entre suspiros durante todo el tiempo que no lo tenga cerca. Y sentir que, cuando al fin logre irme lejos, y estar tranquila escuchando el mar, sus recuerdos vendrán a hacerme compañía, aunque yo no los llame.
Es como un tira y afloja. Querer demostrarle todo, y tener un miedo atroz si veo qe se aleja.
Querer detener las manecillas del reloj pero no tener fuerzas para echarlas hacia atrás.
Huellas que se van a borrar del camino con el paso de los días. Recuerdos que se van a esfumar de su cabeza en menos de lo que canta el gallo, contando con que no se hayan ido ya en estos tres meses.
Sensaciones que todavía me dicen que me recuerda. Pero se quedan en eso, sensaciones. Pocos hechos me lo susurran al oído como él lo hacía en su tiempo.
Me da miedo olvidarme de su voz y su olor en todo el tiempo que mi mirada no va a contemplar su color miel. Cerrar los ojos fuerte, pidiendo a gritos de silencio que aparezca a mi lado y me abrace para que el dolor que se encierra entre pulmón y pulmón se vaya con todas las lágrimas derramadas. Y también con las que no se atrevían a salir por miedo a que él se alejara para siempre.
Pero lo más sorprendente de todo, es que después de todo su comportamiento y de los detalles que me hacían ver que no le importo, la paciencia va ganando terreno. Se va apoderando de cada esquinita de inesperanza que tenía en mi.
Lo quiero de una manera tan distinta de las que he sentido ya...
Lo quiero completamente como es. Lo quiero entero. Quiero sus sonrisas y sus lágrimas, sus enfados, sus bromas, su ceño fruncido, y hasta su ausencia si eso le va a hacer bien. Porque por primera vez, siento que esperaría un millón de años si eso me lo va a traer conmigo.
Y me mata la rabia, la impotencia de no poder hacer nada. Porque no tengo derecho a quererle.

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