Cierro la maleta. Corro hacia el baño. Me visto. Me maquillo muy, muy poco. Me recojo el pelo, que sé que te encanta. Y suena mi móvil. Un toque. Sonrío y bajo las escaleras con la maleta en la mano. Y ahí estás tú. Sonriente como siempre. Feliz de verme y de que por fin podamos escapar lejos. Muy lejos.
Llegas a mi portal. Cojes la maleta y me das un beso rápido. Pero lleno de amor. Llegamos al coche, metes la maleta en el maletero y me sonries. - ¡Cómo pesa! ¿qué llevas aquí metido, ladrillos?-
Sonrío. -Vamos si he cogido lo justito...-
Subimos al coche y arrancas. Giro la cabeza para despedirme por una larga temporada de esa calle. De ese portal. De esa rutina. Me vuelvo a girar para mirarte y ahí estás. Mi milagro personal. Y yo no puedo creerlo. Y tú me agarras la mano fuerte, y yo te beso pausadamente, para luego hacerlo apasionadamente. Y entre cada beso, sonrisas. Y después de las sonrisas, besos. Y después de los besos... me despierto.
Y no llegamos a tumbarnos en aquella arena.
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