23.6.10

Lo que sería el mejor verano de nuestras vidas.

Madrugamos. Me levanto de un salto, y como cada mañana, me miro sonriente en el largo espejo de mi habitación. -Vaya cara...- pienso. Rápido cojo mi maleta roja, y abro el armario y los cajones dispuesta a coger toda esa ropa que sé que te gusta para meterla en ella. Camisetas, shorts, vestidos finos, sandalias, bikinis...
Cierro la maleta. Corro hacia el baño. Me visto. Me maquillo muy, muy poco. Me recojo el pelo, que sé que te encanta. Y suena mi móvil. Un toque. Sonrío y bajo las escaleras con la maleta en la mano. Y ahí estás tú. Sonriente como siempre. Feliz de verme y de que por fin podamos escapar lejos. Muy lejos.
Llegas a mi portal. Cojes la maleta y me das un beso rápido. Pero lleno de amor. Llegamos al coche, metes la maleta en el maletero y me sonries. - ¡Cómo pesa! ¿qué llevas aquí metido, ladrillos?-
Sonrío. -Vamos si he cogido lo justito...-
Subimos al coche y arrancas. Giro la cabeza para despedirme por una larga temporada de esa calle. De ese portal. De esa rutina. Me vuelvo a girar para mirarte y ahí estás. Mi milagro personal. Y yo no puedo creerlo. Y tú me agarras la mano fuerte, y yo te beso pausadamente, para luego hacerlo apasionadamente. Y entre cada beso, sonrisas. Y después de las sonrisas, besos. Y después de los besos... me despierto.




Y no llegamos a tumbarnos en aquella arena.

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