Pero, ¿no compensa? Sé que a pesar de toda la angustia, el dolor, la impaciencia, las esperas y los besos soñados, siempre sobresalen las ganas de querer. ¿O es que querer no es bonito?, ¿o es que a nadie le encanta sentir el amor? Pero amor del de verdad, ¿eh? No de ese que dura un par de meses y después se evapora como si nunca hubiera aparecido.
Que alguien se pare a pensar en toda la imaginación que derrochamos cuando estamos enamorados. Y tantas sonrisas causadas por simples detalles. ¿Hay alguna sonrisa más sincera que la que nos saca esa persona?
Eso es lo que pensé en cuanto me encontré contigo. ¿No te das cuenta? Con esa sonrisa de niño bueno levantas pasiones por donde pasas y yo tengo que fingir que no me doy cuenta del brillo de tus ojos. Como si fuera fácil...
Aunque a veces detesto lo bipolar que puedes llegar a ser. Te llego a odiar por mirarme y, en esos momentos, no sentir lo mismo que yo. Me llego a odiar por no querer sacarte de mi mente ni un solo momento. Por poder y no querer hacerlo.
Me llego a odiar porque me plantaría en tu puerta si me lo pidieras y porque volcaría el cielo si me pidieses las estrellas.
Quizá si algún día me atreviera a decirte lo que pienso, (y créeme que no sabes), me ahorraría muchos momentos de incertidumbre, nervios y miedo. Me ahorraría esos momentos de ojos empañados, con ganas de llorar por la impotencia de que nadie me entienda. De que TÚ no me entiendas.
Quizá te acordarías de lo bien que nos venía a veces un abrazo. De mi olor. Del color de mis ojos cuando estás demasiado cerca y de mi voz a través del teléfono. Quizá te acordarías de tantas cosas que te conté, o de
Pero como lo que siento me lo trago, tú no te percatas de las nerviosas mariposas que tengo aquí escondidas, que levantan el vuelo cuando oyen tu voz.
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